En el congreso argentino, los movimientos casi nunca son inocentes. Menos aún, los de los diputados radicales. Lo que ayer parecía un bloque sólido hoy se convierte en arena movediza y, en cuestión de horas, lo que era “historia centenaria” se vuelve apenas un sello en la puerta del comité.
En un giro que sacude a la política tradicional, seis diputados de la Unión Cívica Radical decidieron cruzar el pasillo y sentarse del lado libertario. El gesto, que podría leerse como una búsqueda de “gobernabilidad” o como un acto de oportunismo quirúrgico, reacomoda el tablero parlamentario justo cuando el oficialismo necesita músculo para empujar su agenda.
La noticia sorprendió a más de uno en la vieja guardia radical. No solo porque la UCR se jacta de ser “el partido de Alem, Yrigoyen y Alfonsín”, sino porque los protagonistas del salto son parte de la llamada “Liga del Interior”, un grupo que hasta ayer juraba independencia. Hoy, sin embargo, sus bancas alimentan la maquinaria de La Libertad Avanza y fortalecen la aritmética de Javier Milei en Diputados.
¿Qué significa esto para el radicalismo? ¿Un síntoma de fractura, un reacomodamiento inevitable o la confirmación de que las etiquetas partidarias ya no pesan como antes? Los libertarios celebran la incorporación, los opositores murmuran traición y los analistas leen entre líneas una señal: la motosierra no solo corta presupuestos, también corta viejas lealtades.
Recién al final, los nombres de los diputados radicales eligieron cambiar de vereda se deslizan como una ficha que cae en cámara lenta: Jorge Álvarez, Ana Clara Romero, Pamela Verasay, Francisco Monti, Pedro Galimberti y Marcela Coli.
Seis bancas menos para la UCR. Seis votos más para Milei. Y un Congreso que ya no es el mismo.


