Es el que castiga a los más pobres, a los que viven de un salario fijo, a los que no tienen acceso al crédito, a los que no pueden ahorrar ni invertir. Es el que erosiona el poder adquisitivo de la gente, que ve cómo cada vez le alcanza menos para comprar lo mismo. Es el que genera incertidumbre, angustia y desesperanza. Eso es la inflación.
En Argentina es un problema crónico, que se ha agravado en los últimos años por la falta de políticas económicas serias y responsables. El gobierno nacional ha sido incapaz de controlar el gasto público, de reducir el déficit fiscal, de frenar la emisión monetaria, de estabilizar el tipo de cambio, de generar confianza y credibilidad. Ha recurrido a medidas populistas y demagógicas, que solo han servido para maquillar la realidad y postergar las soluciones.
El resultado está a la vista: en abril, la inflación fue del 8,4%, la más alta desde octubre de 2022. En los primeros cuatro meses del año, acumuló un 33,5%. En los últimos doce meses, llegó al 121,3%. Estas cifras son alarmantes y vergonzosas. Nos ubican entre los países con mayor inflación del mundo, junto con Venezuela y Zimbabwe. Nos alejan cada vez más de la posibilidad de crecer y desarrollarnos.
La inflación nos ahoga. Nos quita oportunidades. Nos empobrece. Nos hace perder calidad de vida. Nos obliga a resignar sueños y proyectos. Nos impide planificar el futuro. Nos somete a una lucha diaria por sobrevivir.
No podemos seguir así. Necesitamos un cambio urgente. Necesitamos un gobierno que se haga cargo del problema y que tome las medidas necesarias para resolverlo. Necesitamos un pacto social que nos permita consensuar las bases de una política económica sostenible y equitativa. Necesitamos recuperar el valor de nuestra moneda y de nuestro trabajo.
No podemos resignarnos a vivir con inflación. No podemos permitir que nos roben el presente y el futuro.