En Argentina, la crisis que atraviesa el país ha dejado al descubierto las miserias de una clase política que ha perdido su rumbo. Con Javier Milei como presidente, apoyado por una sociedad que busca un cambio radical, la oposición se enfrenta a su propia descomposición, producto de errores y traiciones. En este contexto, resulta vital examinar las acciones y omisiones de quienes nos han llevado hasta este punto. Con especial énfasis en la hipocresía que caracteriza al kirchnerismo.
Ping pong de culpas
Alberto Fernández, quien fue presentado como una opción moderada y conciliadora, ahora se encuentra acorralado por su propia ineptitud y escándalos. Desde el inicio de su mandato, su desempeño ha sido una constante confirmación de su incapacidad para liderar el país. Las grabaciones que él mismo realizó en situaciones comprometedoras son una muestra clara de su desconexión con la responsabilidad y la dignidad que su cargo requería. Sumado a la constante falta de respeto y banalización de los símbolos nacionales, como el emblemático sillón de Rivadavia.
Cristina Fernández de Kirchner, quien lo encaminó a la Presidencia, también juega un rol central en esta tragedia política. Su declaración en la que afirma que «Alberto Fernández no fue un buen presidente» es un intento desesperado de desvincularse de un desastre que ella misma ayudó a crear. No olvidemos que fue Cristina quien eligió a Fernández como el rostro de su proyecto. Cuando las papas queman, se acaba la famosa lealtad peronista.
La líder del kirchnerismo, al comparar la gestión de Fernández con la de sus predecesores, intenta diluir su propia responsabilidad en el desastre. Esta estrategia subestima la inteligencia del pueblo argentino, que ha soportado las consecuencias de sus decisiones. Se presenta como una víctima más de un sistema que ella misma ayudó a consolidar. Pero el pueblo no puede seguir tolerando este tipo de manipulaciones. No podemos aceptar que nuestros líderes se desentiendan de sus responsabilidades y pretendan que el país siga adelante como si nada hubiera pasado.
Reyes de la doble vara
La hipocresía del kirchnerismo se manifiesta también en la manipulación de las causas sociales, como hace desde hace tiempo el “feminismo de cartón”. En 2022, Alberto Fernández declaró «Bienvenido el fin del patriarcado». Frase que quedó en evidencia como una farsa cuando se conocieron las denuncias de violencia de género en su contra. La imputación por lesiones graves y amenazas coactivas fue un golpe devastador para los que apoyaban a un presidente que se presentaba como defensor de los derechos de las mujeres.
Frente al caso, por ejemplo, la periodista Julia Mengolini no titubeó en ningunear la voz de Fabiola. Este escándalo no solo expone la doble moral del kirchnerismo, sino que también revela la desconexión entre el discurso y la realidad. Mientras el gobierno de Fernández insistía en políticas de género, él mismo se comportaba de manera opuesta, utilizando su poder y recursos del Estado para propósitos inmorales. Esta contradicción entre el discurso y la acción es una muestra más de la hipocresía que ha caracterizado a su gestión.
El Ministerio de la Mujer se convirtió en un símbolo de esta hipocresía. Con su presupuesto millonario, no solo no logró frenar el aumento de femicidios en el país, sino que ocultó prácticas violentas solo porque quienes las perpetuaban eran kirchneristas. La misma Fabiola Yañez declaró haber denunciado la violencia del expresidente y no haber recibido ayuda. Estas políticas ineficaces se enfocaron más en “batallas simbólicas” que en resolver los problemas reales que enfrentan las mujeres en Argentina. No sirve de nada hablar con la “e”, si nos están asesinando.
La instrumentalización del feminismo por parte del kirchnerismo es un grave error que ha dividido la lucha por los derechos de las mujeres. En lugar de unir a todas las mujeres en una causa común, el kirchnerismo ha utilizado esta bandera para su propio beneficio político. Constantemente, excluyen a quienes no comparten su ideología. Esta politización ha debilitado el movimiento feminista, alejándolo de los que deberían ser sus verdaderos objetivos. El gobierno libertario puso fin a diversos sistemas irregulares al que se dedicaban montos millonarios de fondos públicos durante la gestión anterior.
Silencio cómplice
Los casos de violencia de género dentro del kirchnerismo, como los de Fernando Espinoza y José Alperovich, son ejemplos claros de una sensación de impunidad absoluta. La dirigencia mantuvo un silencio cómplice cuando las denuncias involucraban a sus compañeros. Esta doble vara es un claro reflejo de la falta de coherencia y principios, con tal de perpetuarse en el poder con negocios para beneficio personal, a costa del pueblo.
El caso de Cecilia Strzyzowsky en Chaco o el de María Soledad Morales en Catamarca son otros ejemplos de la impunidad que rodea a las estructuras de poder kirchneristas. El silencio de los supuestos defensores de los derechos humanos y de las feministas progresistas ante estos casos revela la profundidad del problema. La politización de los derechos humanos en función de intereses particulares debilita su valor universal y mina la credibilidad del Estado como defensor de los derechos de todos los ciudadanos.
El manejo de la pandemia por parte del gobierno de Fernández es otro ejemplo de esta hipocresía. Las restricciones impuestas durante el ASPO y las violaciones a las libertades individuales reflejan una contradicción entre el discurso kirchnerista y las acciones autoritarias del gobierno. Mientras el pueblo no podía velar a sus familiares fallecidos, Alberto estaba de fiesta en Olivos. La violencia institucional perpetuada durante este período es una mancha más en la gestión kirchnerista y atenta contra la libertad de los argentinos.
El pueblo se hartó
Actualmente, el kirchnerismo pretende olvidar estos escándalos y se esfuerza por instalar operaciones mediáticas contra el gobierno de Javier Milei. Sin embargo, el pueblo argentino ha visto a través de estas maniobras y ya no está dispuesto a tolerar la hipocresía de una clase política que ha perdido su rumbo.
En conclusión, los abusos de poder del kirchnerismo han quedado al descubierto en múltiples frentes, desde las claras maniobras de corrupción hasta la instrumentalización de luchas sociales. El pueblo exige un cambio real, y es responsabilidad de los nuevos líderes estar a la altura de las expectativas de una sociedad cansada de promesas vacías y discursos huecos. La hipocresía ya no tiene lugar en la Argentina.