La República Argentina, desde la independencia, ha sido escenario de conflictos internos que han marcado profundamente nuestro devenir político y social. Los unitarios y federales fueron los protagonistas de uno de los episodios más significativos de la historia, representando dos visiones antagónicas de la organización nacional. Estos enfrentamientos no solo definieron el destino de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino que dejaron una huella imborrable en la estructura política del país, cuyos ecos aún resuenan en la Argentina contemporánea.
La historia que se repite
Por un lado, los unitarios proponían una estructura centralizada con Buenos Aires como eje del poder. Para ellos, la nación debía prevalecer sobre las provincias, que no debían ser más que simples divisiones administrativas. Este enfoque buscaba consolidar una identidad nacional fuerte y homogénea, lo que a su vez facilitaba la administración y el desarrollo de políticas uniformes en todo el territorio.
Por otro lado, los federales defendían la autonomía de las provincias, abogando por un sistema en el que cada una tuviera su propio gobierno y constitución, integradas en una confederación. Este modelo reconocía y protegía las diversidades regionales, tanto económicas como culturales, evitando la concentración de poder en un solo punto. El federalismo, en esencia, proponía un equilibrio entre la unidad nacional y la libertad regional.
La guerra civil entre unitarios y federales culminó con la adhesión al Pacto Federal. Sin embargo, la consolidación del poder de Juan Manuel de Rosas en 1835 llevó a un régimen autoritario que contradijo las aspiraciones iniciales del federalismo. Luego de la batalla de Caseros, Justo José de Urquiza promovió el Acuerdo de San Nicolás y la Constitución de 1853, instaurando un gobierno federal. La posterior integración de Buenos Aires y la elección de Bartolomé Mitre como presidente consolidaron un esquema federal que, aunque integrador en teoría, perpetuó y profundizó ciertas asimetrías a lo largo del tiempo, revelando las debilidades estructurales del federalismo argentino.
Cada distrito es un mundo
La reforma constitucional de 1994 intentó fortalecer el federalismo, aunque sus objetivos se han visto frustrados en la práctica. La disparidad entre los principios normativos y la realidad fáctica es evidente en la creciente centralización del poder y la subordinación económica de las provincias a la nación. Además, el poder presidencial se ha intensificado, con un Ejecutivo que dicta decretos de necesidad y urgencia y presiona al Poder Judicial, debilitando así la estructura federal y el balance de poderes.
La concentración del poder en Buenos Aires ha afectado el funcionamiento del federalismo. Esto genera un desbalance económico y financiero que alimenta la percepción de que, en realidad, existen “dos Argentinas”. La inversión per cápita en CABA es significativamente mayor que en otras provincias, lo que crea una disparidad en el desarrollo y acceso a recursos. Esta inequidad refleja un proceso histórico de desarrollo desigual que ha beneficiado en mayor medida a la capital en comparación con el resto del país.
En lo político, se despliegan diversas habilidades y recursos. Las dinámicas partidarias y los liderazgos tienen fundamentos distintos, y las estrategias para relacionarse con la ciudadanía varían. Por lo tanto, no es posible comprender la dinámica nacional simplemente sumando lo que ocurre en el ámbito subnacional. Son escalas diferentes, con disputas que siguen su propia lógica.
El nuevo contrato federal
Con la reciente asunción de Javier Milei a la presidencia, se ha iniciado un proceso de reconfiguración del mapa político argentino. El líder libertario, con su estilo disruptivo, ha promovido iniciativas como la Ley Bases y el Pacto de Mayo, buscando redefinir la relación entre el presidente y los gobernadores. Este nuevo enfoque podría representar una oportunidad para revitalizar el federalismo argentino, fortaleciendo la autonomía provincial y fomentando la solidaridad interregional.
Milei ha destacado la importancia de aprender de la historia, evocando momentos de crisis y reconciliación en el pasado argentino. En su discurso tras la firma del Pacto de Mayo, comparó la situación actual con la de 1853. Subrayó la necesidad de adoptar una carta magna común y establecer un nuevo orden basado en el consenso y la cooperación. Esta visión podría ser el catalizador para un nuevo contrato federal que promueva la equidad y la participación democrática en todo el país.
Si existe una frase que forma parte de la historia de nuestro país es la que exclama: “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires”. En conclusión, Argentina sigue enfrentando el desafío de equilibrar su estructura federal con una realidad de centralización y desigualdad. La historia de los unitarios y federales ofrece lecciones valiosas sobre los peligros del centralismo y la importancia de la autonomía regional. La actual administración contempla la oportunidad de construir sobre estos aprendizajes, fomentando un federalismo auténtico que refleje las diversidades y fortalezas de todas las provincias argentinas.
